No hay mal que por bien no venga. Abandone Santa Cruz el lunes, decepcionado y triste, rumbo a la selva, concretamente a la región de Chiquitos, a conocer algunas misiones jesuitas, fundadas a partir de los últimos años del siglo XVII.
Utilicé un transporte nuevo: el taxi compartido. Un coche o furgoneta anuncia la salida hacia un destino, y cuando se llena de pasajeros se inicia el viaje. Puedes esperar 5 minutos o 2 horas, depende de la suerte que tengas. Yo solo esperé 15 minutos porque solo faltaba otra persona más para completarse.
Al salir de Santa Cruz de la Sierra se observan enormes superficies de cultivo que han sido ganadas a la selva. Hoy la soja (o soya) es el cultivo de moda, y mueve mucho dinero, ya no solo con su recolección y procesado, sino también con la venta de semillas modificadas, fertilizantes, fungicidas, insecticidas y todo tipo de productos químicos. Hay hasta pequeñas pistas para avionetas que realizan tareas de fumigación.
La carretera está asfaltada, pero destrozada por la circulación de vehículos pesados. Hay enormes baches y zonas completamente agujereadas por las que resulta casi imposible circular. Así que el camino hasta San Javier, mi destino final, no fue facil. Tardamos 4 horas que a mi se me pasaron bastante rápido. San Javier está en una zona más tranquila, dedicada fundamentalmente a la ganadería, así que la naturaleza se conserva mucho mejor, por suerte. Hay zonas de selva bastante cerrada, y muchos palmerales con praderas muy verdes donde el ganado pasta a sus anchas.
Es la primera vez en mi vida que estaba en un lugar así, y me sentía encantado, a pesar del intenso calor, a veces muy dificil de llevar por la elevada humedad. La sensación de estar continuamente sudando resulta muy incómoda.
Fui a San Javier en busca de paz, pero fundamentalmente porque quería conocer las reducciones jesuíticas, y la de San Javier (1691) fue la primera en está región de la Chiquitanía boliviana, llamada así por los españoles por el tamaño de sus habitantes: Chiquitos.
Los jesuitas llegaron a evangelizar esta zona a finales del siglo XVII. Crearon un modelo de misión para agrupar a todos los indígenas, que vivían muy dispersos por la selva, con hábitos más bien nómadas. En las reducciones era facil controlarles, cambiando sus tradiciones hacia el sedentarismo, la agricultura, la ganadería y las artesanías.
Para enseñarles la nueva religión utilizaron la música, y también el camino más facil. En San Javier, por ejemplo, hay unas piedras sagradas que los indígenas adoraban. Así que los jesuitas las llamaron "Piedras de los Apóstoles", y asunto arreglado.
Se crearon poblados perfectamente organizados en cuadras, con una plaza principal donde destacaba la iglesia y algún edificio representativo. El resto eran las viviendas de los indios, todas iguales. Los jesuitas nunca permitieron que los indígenas se mezclaran con los extranjeros. Incluso si tenía que venir alguien de Europa, se alojaban en alguna estancia alejada de la reducción. Las gentes de la Chiquitanía eran muy tranquilas, poco belicosas y sin maldad, y por lo poco que he visto durante estos días, sus descendientes actuales siguen manteniendo esas buenas costumbres.
La iglesia de San Javier, junto con otras cinco, forma parte de un grupo declarado por la Unesco Patrimonio de la Humanidad en 1990. Todas corresponden a un mismo modelo, diseñado por el arquitecto suizo Martin Schmid, inspirado por el estilo barroco, pero utilizando materiales de la zona, como las maderas nobles de la selva. Son costrucciones sencillas, pero muy vistosas, gracias a las hábiles manos indígenas para trabajar la madera. Además son de gran tamaño, aunque en las fotos no lo parezca.
Al día siguiente me levanté dispuesto a visitar la misión de Concepción, algo más tardía, y a unos 60 km. de San Javier. El transporte no siempre resulta sencillo en esta zona, y mucho menos puntual. Me dijeron que el bus pasaba a las 12:00, pero finalmente pasó a las 14:00. Aquí nadie se altera ni se impacienta, pues es lo normal, pero para alguien que no está acostumbrado a esto, es un tema bastante jodido y en ocasiones desesperante. Yo hice dos amagos de suspender el viaje.
Pero finalmente llegué a Concepción, tras una hora de viaje. Esperé a que dejase de llover. Caen chaparrones de 10 minutos de vez en cuando y vuelve a lucir el sol rápidamente. La iglesia de Concepción (25 bolivianos) me pareció espectacular. La conocía por fotos, pero me sorprendió muchísimo. Es de grandes proporciones y su torre es una maravilla. Todo el conjunto está perfectamente restaurado, aunque más bien se puede decir reconstruido.
Hay una exposición sobre todo el trabajo de recuperación, muy interesante, utilizando artesanos locales, creando una escuela taller, y todo muy bien documentado.
No puedo decir que he visitado todas las misiones jesuitas, pero elegí estas dos por ser bastante representativas, y viendo San Javier y Concepción me puedo ir con una idea bastante clara de lo que fueron estas misiones en su día. Podría haber continuado hacia el este, hasta llegar a San José. Es un circuito circular que regresa a Santa Cruz, pero el transporte aquí es algo complicado, y necesitaba llegar a Cochabamba para resolver algunos asuntos, así que regresé a San Javier, y al día siguiente tomé un taxi compartido a Santa Cruz, donde, tras unas horas de espera, tomé un bus nocturno (9 horas) hacia Cochabamba.
San Javier en la noche |
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